¡Ay! Manolo. Que me sacas la lagrima maricona ¡Coño!. ¡QUE BONITO!
Me voy a apropiar de un trocito de texto de uno que escribía también de P.M., como tu Manolo. Yo se lo quiero dedicar a todos los románticos Quijotes amigos de lo imposible (¿o no?) que por aquí y esos campos de esta tierra pululan. ¡Ah! los cuerdos que hagan como Sancho, que se sienten a comer y a esperar. Un abrazo y un beso para los y las Quijotes.
-¿Estáis seguro, amigo Sancho, de lo que decís? Mirad bien que yo veo molinos donde decís que hay gigantes.
-Pero mi señor don Quijote, ¿acaso no conocéis de los encantamientos que se usan contra los caballeros andantes como vos, que buscan confusión y haceros yerrar en vuestro camino?
-Es cierto lo que dices, mi buen Sancho... Pero doy fe de que este encantamiento ha de ser poderoso, pues, por más que me esfuerzo, mis ojos no distinguen gigante, ni ser vivo digno de ser tenido en cuenta como amenaza alguna.
-Precisamente, mi señor, precisamente es ahora cuando debéis mostrar vuestra fe en Dios y en vuestra señora Dulcinea, que arderá de pasión al saber que su amado caballero no sólo logró derrotar a tan temidos gigantes, sino que además no sucumbió ante engaños ni ardides extraños pues... ¿no soy yo, pobre de mí, capaz de distinguirlos? ¿Cómo vuecencia, tan ducho en saberes caballerescos, no vais a reconocerlos?
-¡Ah..! ¡Mi señora Dulcinea..! ¡A ella le debo mi vida, por ella merece que perezca!
-No hará falta perecer, mi buen señor, que para eso hay tiempo, sólo que arrecie fuerte contra esos gigantes, que no son molinos de viento.
-¡Me has convencido, buen Sancho! ¡Ea! ¡Dame mi lanza! ¡Voy a por ellos!
Y mientras Don Quijote cabalgaba presto, Sancho Panza calmaba su apetito con algo de pan y de queso que sacó de su zurrón, a la par que murmuraba:
-¡Viejo idiota..! ¡A ver si heredo de una vez..!
Última Edición: 14 años 3 meses antes por Pepe Cuenca.
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Dedicado al compañero Luis A. García, que me sorprendió con su cámara en la cumbre del Lucero en el momento en que soñaba que quería volar.
QUISIERA VOLAR
Dime hermano buitre.
¿Cómo haces para flotar inmóvil sobre el aire.
Guíame, Hermano Azor,
en el arte de la acrobacia, cuando cazas
Muéstrame Hermano Halcón Peregrino,
como ser mas rápido que el viento.
Enséñame, Hermana Golondrina,
los secretos para llegar, sin perdida, a lejanos países.
Cuéntame, Hermana Gaviota.
¿Cómo logras vivir en la sutil frontera que separa el cielo del mar?
Cuando desde la más alta cumbre diviso a mis pies pequeños pueblos rodeados de huertos, de verdes bosques o inmensas llanuras en las que el trigo amarillea, de caminos donde los hombres se afanan cual hormigas desplazándose en busca del sustento, entonces, quisiera volar.
Quisiera saltar al abismo, y tras vertiginosa caída extender mis alas grises y enredarme en el aire. Y recordando al hermano buitre, captar la suave brisa que cálida sube al cielo, y cabalgando sobre ella ascender sin esfuerzo a las alturas, donde el mundo deja de ser mundo y se convierte en un amplio paisaje lleno de paz, en el que no tienen lugar las miserias que vemos cuando estamos cerca.
Y tras horas de flotar, soñando, cerrados los ojos, bruscamente plegaría las alas. Cayendo en rápido picado. Y cerca del suelo, recordaría lo que me enseño el Hermano Azor, Con un pequeño giro de la cola, tornaría mi caída en pirueta. Aprendería a controlar cada pluma, cada músculo de mi cuerpo, trazando en el aire figuras imposibles, jugando a atrapar ese sueño inalcanzado, que siempre huye, esquivo. Me emborracharía con mil giros, y rizos, con cortas y rápidas carreras truncadas en quiebros, o batiendo mis alas, quedaría inmóvil, como suspendido de invisible hilo, vigilante desde mi etérea atalaya.
Movería enérgicamente mis alas, como me explicó el Hermano Halcón Peregrino, yendo cada vez más rápido. En mi alocada carrera vería cambiar vertiginoso el paisaje, sucediéndose bosques y desiertos, montes y llanuras. Seguiría el curso de los ríos, acompañándolos en su viaje entre huertos, donde sus aguas discurren placidas o por estrechos desfiladeros donde rugen mientras intentan escapar de su cárcel de piedra. Sentiría en mis ojos el viento y el aire llenaría mis pulmones.
Entonces le pediría a la Hermana Golondrina que me enseñara a manejar la brújula que a ella le guía en sus largos viajes, y pondría rumbo a tierras más cálidas. Conocería exóticos países donde moran personas que me enseñarían que hay otros mundos, pero están en este.
Y cansado tras tan largo viaje, llegaría al fin a playas de blanca arena, donde me posaría junto a la Hermana Gaviota. Ella me dirá como mecerme en las aguas, o como volar majestuoso sobre las olas, sintiendo la espuma salpicar mi pecho cuando roce sus crestas con mi patas.
Quisiera volar.
Y cuando al fin aprenda, disfrutaré de mis nuevas alas y desde las alturas veré el mundo con otros ojos.
