Fieles a la cita y puntuales, a las 07:45 horas, nos reunimos casi medio centenar de Batolitos en el lugar prefijado, la rotonda Olímpica. El grupo, en esta ocasión, hizo que la media de 30 almas, que era la que ostentaba en las rutas a las que este humilde y novato batolito ha concurrido hasta la fecha, aumentase considerablemente.
Una vez hecho el reparto de coches, emprendimos viaje hacia Aracena, punto donde nos dispusimos a dar cuenta de un desayuno compuesto de café y tostada con jamón, presuntamente de la tierra. Tras el desayuno, algunos nos dirigimos a la panadería de Rafalito, que aún conserva cierto aire de tahona antigua y a la que para acceder era necesario realizar cierta inclinación de cabeza, no en señal de reverencia a tan emblemático alimento, sino por la altura que presentaba el techo a la entrada del habitáculo. Una vez en su interior, fuimos conocedores de dos cosas: la primera, y de boca de una señora entrada en años habitante del lugar, es que una vez celebrada la semana del jamón hacía unas semanas, y que en la próxima se celebraría la semana del queso, en ningún momento se preveía que por parte del consistorio se fuese a celebrar ni la semana de la acelga ni la de la espinaca; la segunda, era que dos componentes del grupo (el Pepe Cuen, ese que lo es y el Cuñao, estaban haciendo los preparativos para meterse entre pecho y espalda un ejemplar, cada uno, de medio metro de bocata; alguno de los restantes nos hicimos de un pan redondo con el que obsequiar a nuestra familia una vez estuviésemos de regreso en Sevilla (el jamón de la tierra quedaría para otra ocasión).
Unos cuantos kilómetros más adelante, nos volvemos a encontrar en Los Marines, punto desde donde se iniciaría la ruta prevista para el día y desde donde se lleva a cabo el trasiego entre coches y conductores que nos recogerían al final de la ruta en Aracena.
La primera bajada, a la salida de Los Marines, transcurre por un camino empedrado que se conserva en magníficas condiciones y que nos lleva directamente hacia la carretera por la que discurrimos en perfecta fila india hasta llegar al barranco Guijarra, donde podemos disfrutar de unas bonitas vistas desde su mirador, tomar el primer tentempié y la primera toma de contacto con esa pócima milagrosa que surge de las entrañas de sendas botas con la que los compañeros Carlos y Jerónimo nos tienen acostumbrados.
Entre fluida y amena conversación, acompañada de cuando en cuando por unos bocados de madroño, llegamos a Cortelazor, donde podemos admirar el bello espectáculo de su olmo cuatricentenario, que consigue aguantarse en pie gracias a la dedicación de uno de sus habitantes, Kiko, y a unos puntales estratégicamente colocados para evitar que sus pesadas ramas consigan desgajarlo; también, en esta localidad, hubimos de desestimar la amable invitación de un artesano local a visitar en su casa un pequeño museo de tallas de madera, la verdad es que 48 personas preguntando y curioseando nos hubiese retrasado considerablemente sobre los planes inicialmente previstos.
A continuación y tras una bajada en zigzag y una bonita subida por un camino de carretas, unos frutos secos y vuelta a castigar la bota de vino de los compañeros, llegamos a Corterrangel, donde en su plaza nos hacemos la foto de grupo y podemos leer unas curiosas normas establecidas para los visitantes de fin de semana.
Seguimos la ruta y, a las puertas de Castañuelo, la mayoría buscamos asiento en una pequeña pared de piedra donde vamos sacando de nuestras mochilas, al igual que el ilusionista de su chistera, las más variopintas viandas; cierto es que hay que recordar que los compañeros Pepe Cuen y el Cuñao, aprovecharon para sacar a la luz ese medio metro de pedazo de bocata de chorizo que previamente habían replanteado en la panadería de Rafalito, allá por Aracena y a primeras horas; el resto nos conformamos con lo habitual en estos casos: bocadillos de los más normalitos, postre, café y carajillo incluidos. Otros, optaron por acercarse hasta Castañuelo y establecer allí la zona de avituallamiento con una traca final de pestiños y gañotes en su miel (lógico y justificado el retraso en la arrancada).
El resto del camino, y con el estómago agradecido por tantas y buenas recompensas, transcurre entre la subida al mirador (considerable), la bajada entre encinas hasta Carboneras, (donde descubrimos unos chirimbolos orientables colocados sobre algunas puertas de sus casas (receptores de radio (¿); de wifi (¿), nos fuimos con esa duda) y finalmente la subida final por la sierra de los castellanos hasta las mismas puertas de Aracena, donde se reagrupan conductores y coches y finalmente aprovechamos para despedirnos hasta una nueva andadura.
Hay que destacar, de todo lo anteriormente dicho, que la organización, el ambiente, la compañía y todo lo que ha acompañado a esta ruta, se ha desarrollado de una manera realmente exquisita.
Un fuerte abrazo a todos y hasta la próxima, compañeros.