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BATO-LITERATURA

TEMA: Rosas rojas

Re:Rosas rojas 12 años 5 meses antes #1369

  • mercedes mulero
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El pueblo.
En la plaza siempre parabamos a comer un merengue, nosotros, mis hermanos y yo nos poníamos el bigote blanco y las manos enmostadas.
Corríamos por las calles empinadas y entonces a mi padre empezaba a entrarle prisa.
Bajabamos a la ermita del Cristo de la Reja y mi madre le encendía dos velas. El Cristo nos miraba y mis hermanos y yo saliamos corrriendo por el campo en direción al pueblo.

La segunda visita porque era el mes de los difuntos la haciamos al cementerio. Recuerdo como correteabamos entre las tumbas y mi padre me decía a mi, no las profanéis y yo
reguntaba, y eso qué es papá??
Mi padre solo me alborotaba los rizos...

Hace años que no estás y hoy, día de Todos los Santos me encuentro recordándte en el pueblo, con alegría y cariño.

Sé que allí donde estés, con tu intención sigues alborotando mi pelo y yo siempre te recuerdo.
Este año he encendido en casa lamparillas blancas, igual que hacía la abuela Ana...


Salud a tod@s
mercedes
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Re:Rosas rojas 12 años 5 meses antes #1367

  • myanes
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Gracias Manolo.

Tienes razón y, en el fondo, sea cual sea la manera de perder a un ser querido; únicamente nos queda el recuerdo y la satisfacción de llevarlo siempre con nosotros.

Por cierto, aunque no has sido el único que me lo ha preguntado, esta historia ha salido por completo de lo más hondo de mi humilde imaginación; pero, también es cierto que , con toda probabilidad, historias como estas se sigan dando en algunos de nuestros cementerios.

Un abrazo;

Manolo YS
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Re:Rosas rojas 12 años 5 meses antes #1365

  • Pepe Cuenca
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Saludos:

Muy emotivo y logrado relato. Seguramente cada cuál puede hacer suyo una gran parte del mismo. Sigo buscando inspiración, quizás porque me falta "Memoria Histórica".

Un abrazo para todas y todos.

Salud.
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Re:Rosas rojas 12 años 5 meses antes #1364

  • Manolo Rodriguez
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Muy bonito, Manolo Yanes.

La "memoria histórica" no debe ser un arma política, aunque algunos se hayan empecinado en usarla como tal.

El recuerdo de los seres queridos que se fueron, víctimas de la estupidez, la ambición y el odio fraticida, que surgió de uno y otro lado, es patrimonio del corazón, y en el corazón de cada uno debe de quedar.

¿te inspirastes en algun personaje real?

Me alegra que alguien se hay animado, y espero que cunda el ejemplo.

Manolo R.
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Rosas rojas 12 años 5 meses antes #1356

  • myanes
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Pues, para acompañar al amigo Manolo en este sendero que ha iniciado, os envío esta pequeña creación:
Rosas rojas

Desde la primera vez que la vi me llamó la atención aquella mujer. A primera vista era como otras tantas mujeres de edad que había elegido el día de difuntos para ofrecer una visita a unos familiares que, unos más, otros menos, se encontraban desde hacía años reposando en el cementerio.
Era una mujer menuda, de andar ligero, vestida de riguroso luto y portando de su brazo izquierdo, como si de un bolso de paseo se tratase, un pequeño cubo de plástico de color celeste en cuyo interior llevaba una bayeta gris, un trozo de trapo de algodón blanco y un pequeño frasco de vidrio con una etiqueta de tomates, cuyo contenido había sido sustituido por una cantidad indeterminada de un líquido lavavajillas de color verde.
La vi en ese día de difuntos en el que yo también había decidido, por casualidad, hacer esa visita a mis familiares, pues no soy de hacer visitas en fechas concretas por pensar que a nuestros seres queridos, una vez en ese lugar, poco importan las visitas y, por supuesto, mucho menos las fechas.
Tras varios minutos de permanecer con la mirada perdida hacia la lápida, donde al otro lado se encontraban mis padres, decidí observar cuantos movimientos realizaba aquella señora, sin salirse ninguno de ellos de lo que podríamos considerar normal dadas las circunstancias y el lugar.
Deambuló por un par de calles parándose en tres ocasiones y realizando en cada una de ellas las mismas operaciones que seguramente vendría ejecutando desde hacía años: llenaba el pequeño cubo de color celeste de agua, vertía una pequeña cantidad del líquido de color verde, frotaba sobre la lápida, volvía a llenar el cubo de agua y enjuagaba la lápida para, posteriormente, permanecer con la mirada hacia el suelo y susurrar con voz imperceptible algunas palabras o algún rezo.
En tres ocasiones, ante tres lápidas distintas, repitió el mismo ritual, con idénticas pautas y prácticamente dedicando el mismo tiempo en cada ocasión; aunque eso sí, en ninguna de ellas depositó un pequeño ramillete de rosas rojas, que en un principio me habían pasado inadvertidas y que en cada ocasión, tras la limpieza de cada una de las lápidas, había vuelto a colocar en el interior del pequeño cubo de plástico de color celeste.
Este detalle, el de las flores, hizo que se instalase en mí una curiosidad a la que no me podía resistir y por la que no me resignaba a dejar de conocer su significado.
Creo recordar, que al igual que yo seguí todos sus movimientos, para ella yo había pasado completamente inadvertido, y pienso que incluso el resto de visitantes que se encontraban en ese momento en el recinto.
La seguí a una prudente distancia que me permitiese seguir en el anonimato y a la vez poder percibir todos los detalles que fuesen sucediendo.
Tras limpiar el pequeño cubo en uno de los grifos de agua que se repartían por el lugar, emprendió camino hacia la salida, y una vez se fue aproximando a la misma, con cierto nerviosismo miró hacia atrás y hacia los lados en reiteradas ocasiones, como cerciorándose de que nadie la seguía, o nadie se daría cuenta de sus acciones. Una vez estuvo a pocos metros de la puerta de salida, giró bruscamente hacia su lado izquierdo y se aproximó al muro del cementerio y, con un movimiento rápido, metió la mano en el pequeño cubo de plástico, cogió el ramillete de rosas rojas y lo depositó, no con demasiado cuidado, en el suelo junto al muro; se volvió mirando hacia el suelo y, esta vez si, traspasó la puerta de salida.
Si bien todos los movimientos anteriores habían suscitado en mí cierta curiosidad, este último caló con fuerza en mi interior y, en un principio, no acertaba a entender en absoluto su significado.
De cuando en cuando, he vuelto nuevamente de visita al cementerio; he paseado por entre sus calles y siempre, en cada una de las ocasiones se me ha vuelto a venir a la cabeza la imagen de aquella señora, cada uno de sus movimientos y, como no, la imagen de tan extraña ofrenda de flores a las mismas puertas del cementerio. También he de recordar que no he vuelto a coincidir con ella.

En esta ocasión, el día se presentaba algo nublado y un ligero viento hacía mecer las copas de los cipreses, haciéndoles emitir un agudo silbido que era acompañado por el cansino sonido emitido por un grupo de tórtolas que habían establecido su colonia en el cementerio.
Me entretuve observando todos estos detalles y, en cierto momento, me reuní con el encargado del recinto con el que estuve conversando y repasando la vida y el triste final de algunos de los que allí se encontraban. En esas estaba, escuchando como transcurrió alguno de los últimos sucesos, cuando a lo lejos me percaté de que acababa de llegar la señora menuda que estuve observando el año anterior.
Era todo un calco de aquella primera ocasión; es decir, vestida del mismo riguroso luto, mismo caminar ligero, mismo cubo celeste colgado del brazo izquierdo………
Entré tras ella y me mantuve a cierta distancia para ver, de nuevo, como iba repitiendo el mismo ritual; con la misma solemnidad iba pasando el paño por cada una de las lápidas, secándolas a continuación y dedicando esos minutos a emitir algunos susurros prácticamente imperceptibles. En esta ocasión se desvió hacia una nueva calle donde se entretuvo en limpiar una lápida a la que no se había acercado en la anterior visita; por lo que pensé que desgraciadamente habría sufrido la pérdida de algún otro familiar o conocido recientemente, ya que una vez hubo realizado todas las operaciones, al igual que en las anteriores, en esta sacaba un pequeño pañuelo blanco y se secaba algunas lágrimas.
Al rato de deambular por entre las calles y haber repetido con exactitud todos los mismos movimientos, comenzó a dirigirse hacia la puerta de salida; momento este en que recordé el detalle del ramo de rosas rojas.
Traté de mantenerme a una distancia prudente de ella y así darme cuenta hasta del más mínimo detalle en cuanto repitiese la operación de depositar el ramo de flores junto a la tapia del cementerio. Solo a unos metros detrás, también yo me dirigí hacia el mismo lugar y, en cuanto ella hubo depositado el ramo de rosas rojas, le dirigí un suave saludo para no incomodarla, para dejar que sacase sus sentimientos con absoluta intimidad, a lo que ella simplemente susurró con la mirada perdida hacia la tapia:
- Antonio, mi pobre Antonio; él no hizo nunca mal a nadie. Él no entendía de esas cosas.
Esas palabras me provocaron un tremendo nudo en la garganta; esas palabras y esos ojos completamente inundados de unas lágrimas que albergaban todo un mundo de recuerdos y un dolor profundamente contenidos.

Manuel Yanes Sánchez
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