Estimados compañeros.
El pasado sábado pudimos disfrutar de un excelente día en el parque natural de Las Breñas, en Barbate.
El clima fue propicio. Un viento de poniente suave, mantuvo la temperatura agradable y la atmósfera limpia, permitiéndonos contemplar el imponente espectáculo de los acantilados del tajo, con un mar de aguas azules y claras que rompía en blancas olas contra las rocas.
Pero todo no fue perfecto. Como indica en el foro nuestro organizador y guía Luis, el recorrido inicial hubo de ser modificado y recortado a causa de un inesperado retraso. Con su proverbial discreción no entra en mayores explicaciones sobre quien fue el causante de ello, pero me veo en la obligación de aclararlo, ya que fui yo, Manolo Rodríguez, el único y gran culpable.
No sé si por aclarar lo sucedido, por expiar mi culpa, por conmover a los lectores pidiendo su comprensión o por tratar de someterme a un proceso de aceptación de lo que, de forma irremediable, se cierne sobre mi persona. Paso al relato.
¡¡¡¡¡COMPAÑEROS BATOLITOS!!!! Como vicepresidente vuestro que soy, os debo una explicación. Y esta explicación que os debo, os la voy a pagar.
Como parte de mis habituales labores, planifiqué el recorrido desde Sevilla a Barbate por carretera, para plasmarlo, con la ayuda de Google Map en el anuncio de la ruta. Estaba “chupao” Desde Sevilla, por la autopista hasta San Fernando, desde donde tomaríamos la autovía dirección Málaga, llegando en poco tiempo al pié de Vejer de la Frontera, desde donde tomaríamos el desvío hasta Barbate.
Hice la mili en San Fernando, y repetidas veces recorrí el camino hasta mi Málaga natal, por lo que grabé la inconfundible imagen de Vejer en lo alto del monte in mi maltrecho GPS mental, como única referencia a la que debía estar atento para tomar el desvío a nuestro destino.
Llegado el día de autos, emprendemos el camino, yo al volante, acompañado por Joaquín Santana, Manolo Muñiz y un compañero nuevo que se unía a nosotros por segunda vez, Gonzalo Pérez.
El viaje, placentero y relajado. Demasiado relajado. Mientras Manolo charlaba en la parte trasera con Gonzalo sobre coches y su otro único tema, Joaquín y yo manteníamos una de nuestras entretenidísimas charlas sobre lo humano y lo divino. (Gracias, Joaquín, por esos momentos tan gratos, que me evitan la monotonía de los largos viajes)
Primer fallo. Mi descascarillado GPS mental se olvida que debemos de llegar hasta San Fernando, y de forma automática decide que para llegar al mar, debo desviarme en Jerez dirección Algeciras. Este camino lo hemos tomado últimamente varias veces, y mi piloto automático lo vuelve a tomar, sin mas consideraciones.
Segundo fallo. A la vista del Peñón de Gibraltar, no me doy cuenta que en ese punto ya hemos sobrepasado sobradamente el desvío de Barbate, y en mi reducido esquema mental, en vez de a la derecha, me desvío a la izquierda, dirección Málaga, a la espera que la aparición de Vejer, me indique que debo de tomar el desvío.
Más charlas, y más kilómetros, y Vejer sigue sin aparecer. Empiezo a preocuparme por la tardanza de dicha aparición, y en mi cabeza brumas de desconcierto me impide recordar en que orden se situaban las poblaciones en el camino.
De pronto un mazazo. Un olor a boquerones y espetos de sardinas, y sobre todo un cartel, me indicaba que estábamos en Manilva, provincia de Málaga. Me había pasado diez pueblos.
No os podéis ni imaginar la horrible sensación de desconcierto, indignación, vergüenza y sentimiento de estupidez que me invadió. En ese momento recibimos la llamada de Luis. Hacía un montón de tiempo que habían llegado a Barbate, y estaban preocupados por nuestra tardanza. Cuando le comunicamos donde nos encontrábamos, no se lo podían creer.
Media vuelta, y esta vez nos dirigimos a nuestro destino por el camino correcto. Eran muchos kilómetros, pero se me hicieron el triple. Un incómodo silencio sustituía la animada charla previa.
Ante la impaciencia de los presentes, Luis decidió modificar la ruta y dejar que un grupo iniciara la marcha. El se quedó, en compañía de Lola de Sada y Elena Vega esperando la llegada del grupo de los extraviados.
Por fin, llegada al punto de encuentro, y comenzamos la ruta.
La verdad es que estaba alterado por lo sucedido, pero pronto la grata compañía y lo bello del paisaje, hizo que recuperara el humor.
Humor que estuvo a punto de desaparecer por culpa de un segundo incidente, que al final no pasó a mayores Paso a relatarlo.
A la llegada a la torre del Tajo, es de obligado cumplimiento asomarse a contemplar el impresionante cortado que desciende verticalmente 100 metros hasta el mar. Por doble prudencia, la edad me está haciendo perder seguridad y equilibrio y que tampoco se que quitaba de la cabeza que algún resentido por mi despiste en un momento determinado reclamara y cumpliera venganza con un ligero empujón y consiguiente despeñe, me puse cuerpo a tierra y avancé reptando hasta el borde del tajo, desde donde pude contemplar de forma segura el impresionante espectáculo.
Foto del momento
Terminado de verlo, reculo, me pongo en pié y retomo el camino. Tras unos minutos, noto una sensación rara de vacío, me llevo las manos a los bolsillos, y hecho de menos el manojo de llaves. Tras recorrer al completo los numerosos y recónditos bolsillos que ofrecen esto modernos pantalones tipo coronel Tapioca, llego a la terrible conclusión de que he perdido las llaves del coche. No solo he castigado a mis compañeros de viaje con un largo y no programado paseo a ninguna parte, si no que además les amenazo con que no podamos regresar a Sevilla una vez terminada la ruta. Sudores fríos me recorrieron la frente.
Un rayo de luz, una intuición, y retorno al punto desde donde estuve asomado al Tajo. Efectivamente, las llaves se me habían salido del bolsillo al tumbarme y estaban junto al movil, que había corrido la misma suerte aunque no me había percatado. Y digo SUERTE con mayúsculas. Ambos se encontraban a escasos centímetros del borde del acantilado, a riesgo de haberse despeñado ante mi atónita mirada.
Foto del otro momento
Recuperados llaves, movil y resuello, retomamos el camino hasta llegar a Caños de Meca, donde comimos, nos reencontramos con el resto de compañeros, y tras un pequeño descanso, hicimos el camino de vuelta sin mayores incidentes.
Llegamos a los coches y regreso hasta Sevilla. Esta vez si tomé el camino correcto, y no terminamos en Córdoba, posibilidad no descartable dado como se desarrolló el día.
Expresar mi pesadumbre a los involuntarios acompañantes de despiste. Al resto de los compañeros a los que sometí a una larga espera e incertidumbre por nuestra tardanza, y a Luís que se vio forzado a recortar y modificar sobre la marcha una ruta que había preparado con mucha ilusión, y en la que se esperaba conocer partes inéditas para nosotros del parque de las Breñas, cosa que no pudo ser.
Mi enorme agradecimiento a Lola, Elena y Luis, que tuvieron la paciencia de esperar a que llegáramos, para acompañarnos.
De la experiencia cabe sacar algunas enseñanzas, que pudieran servir en futuras ruta, para evitar estas situaciones.
Por mi parte, expresar mi enorme desconcierto por no haberme dado cuenta de tan garrafal despiste. Supongo que la confianza, dado que era un conocido camino para mi, hizo que bajara la guardia y que descargara la conducción al piloto automático. Piloto automático que creo que cada vez está más pocho, y es que los años no perdonan.
Un abrazo a todos
Manolo Rodríguez